
Se conoce como "enfermedad holandesa" (dutch disease) a las consecuencias provocadas por la existencia y auge (en el precio) de un recurso natural exportable, el cual por su gran importancia en la economía, deja de lado a otros sectores, disminuyendo su competitividad. En pocas palabras, el auge por este bien genera un aumento explosivo de su precio, lo cual provoca una gran entrada de divisas al país, apreciando su moneda y disminuyendo la competitividad de otros sectores exportadores (ajenos al bien en cuestión).
¿Le suena conocida la historia? Pues bien, si pensó en Chile y el cobre, estamos hablando el mismo idioma.
El aumento sostenido del precio del cobre en los últimos años, llegando a un precio récord de US$4,31 la libra este jueves, ha provocado una entrada de divisas al país que ha traido como consecuencia una apreciación del peso ($467 por dólar) y, por consiguiente, un deterioro en la competitividad de los bienes exportables (no cobre).
La creciente demanda de China, India y otros países asiáticos por productos básicos, ha tenido un impacto dual en los países latinoamericanos. El lado positivo de este asunto radica en el aumento de las exportaciones de estos paises, con grandes entradas de divisas. El lado negativo, es que esta entrada de divisas conduce a una disminución (¿transitoria o permanente?) del tipo de cambio nominal (y por consiguiente del tipo de cambio real). Esto a su vez, perjudica a las exportaciones de productos "no commodities" y es una buena noticia para los bienes no transables y las importaciones. Tanto las exportaciones de productos manufacturados como el nacimiento de otras productos exportables con valor agregado, se ven perjudicados por la sensibilidad que poseen ante el tipo de cambio.
Observando este escenario, las organizaciones que agrupan a los exportadores de diversos rubros en el país, han sacado la voz y piden con urgencia al gobierno y al Banco Central que intervenga en el mercado.
¿Intervenir o no intervenir?
Si la caida del tipo de cambio es transitoria (expectativa derivada de que el alza del precio del cobre también es transitoria) la respuesta es fácil. No intervenir. ¿Por qué? Porque las empresas pueden usar estrategias de cobertura para el tipo de cambio en el corto plazo, y el gobierno puede acumular reservas de divisas.
Si la caida es permanente (derivado de que el alto precio del cobre ha llegado para quedarse), la solución ya deja de ser fácil. Se torna más bien complicado el panorama. Sería necesaria una transformación mayor. Se produciría una contracción de los sectores que producen bienes y servicios que se comercian con el exterior. El aumento del ingreso generado por la exportación del cobre tendería a desindustrializar la economía nacional. Ante esto, son diversas las formas de intervención por las cuales se podría optar o combinar. Políticas fiscales, monetarias y financieras. ¿Cambiar el régimen de tipo de cambio a banda nuevamente? ¿Cambiar a un régimen de tipo de cambio fijo? ¿Regla fiscal contracíclica con la introducción de impuestos a las exportaciones? ¿Desarrollar fuertemente el mercado de derivados? ¿Mejorar los procesos productivos de las empresas tolerando un dólar más bajo?
Varias son las opciones, que dan para un amplio debate, trascendental para el nuevo escenario que enfrentará el sector exportador, los consumidores, y las autoridades económicas encargadas de dictar las pautas del rumbo de nuestra economía.
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